Es muy importante para nosotros la confianza que nos genera cuando alguien anuncia y promete algo bueno y luego lo cumple porque, si no es así, nos sentimos decepcionados y engañados.

En asuntos de fe, Dios es el que siempre es fiel, cumple sus promesas, es veraz, es transparente, es puro amor y sus seguidores se distinguen por la humildad, por la obediencia, por doblegar su voluntad a la voluntad de Dios; por el contrario, el enemigo de Dios siempre promete y engaña, es embustero por naturaleza, actúa guiado por la malicia, la envidia, la manipulación, la avaricia, la soberbia, el odio  o demás pecados, sus seguidores son desobedientes de las leyes de Dios, relativizan todo, anteponen sus deseos y su  voluntad a la voluntad de Dios.

La obediencia a Dios muchas veces implica en esta vida grandes sacrificios, como vemos en las lecturas de hoy * lo que sucede con San Juan el Bautista quien estaba preso y terminó decapitado. El entregó su vida con confianza, con paz, con gozo porque sabía con certeza que Dios cumple sus promesas de vida y felicidad eternas a quienes cumplen su voluntad. Esa obediencia se manifiesta en quien actúa con honestidad, justicia y rectitud, aunque esté amenazado. Dice en su Palabra: “Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios”.

Juan el Bautista, manda a preguntarle a Jesús si era el Mesías esperado, yo creo que lo hizo sobre todo para que sus discípulos no se desilusionaran con su muerte y para confirmarnos en la fe; la respuesta de Jesús les demuestra que sus palabras y acciones están dando cumplimiento a las promesas expresadas a través de los profetas: “Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Estas curaciones no son solo físicas, se refieren también a  que Jesús sana de la ceguera espiritual, para que nos abramos a la fe, la esperanza y la caridad; de la parálisis, para que trabajemos con entusiasmo por las obras de justicia, paz y amor;  de a lepra que nos genera el pecado, para limpiarnos cuando acudimos a la confesión y nos alimentamos con la Eucaristía;  de la sordera ante su Palabra, para  indicarnos el camino, la vida, la paz y el amor y animarnos a luchar por metas superiores; de las injusticias y de la muerte, ofreciéndonos su justicia y la resurrección, si actuamos conforme a sus enseñanzas y nos unimos a Él. 

En esta época de adviento, nos acompaña la Virgen María de manera especial, la gran maestra de fe ante las promesas de Dios y que se cumplieron en ella desde su concepción.  Ella expresa la gratitud y adoración hacia Dios por las maravillas que hace en su vida y nos invita a obedecer siempre a su hijo Jesús.  

*Is 35,1-6a.10; Sal 145,7 -10; St 5,7-10; Mt 11,2-11

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