Que Dios sea el primero en nuestra vida es la fuente de la sabiduría y felicidad en la tierra y para conquistar la vida eterna. En la operación matemática de la multiplicación el orden de los factores no altera el producto; en nuestra vida, el orden de los factores cambia totalmente los resultados.
Si Dios no es lo más importante para nosotros, nuestra vida se desorganiza, nos terminamos creando ídolos y ponemos en el centro a algo o a alguien diferente al verdadero Bien. Si Dios está primero en la vida, buscaremos vivir en su amor, de acuerdo con sus principios, mandamientos y enseñanzas, buscando la verdad, abiertos a los dones del Espíritu Santo, unidos a la iglesia y llenando de sentido nuestra existencia.
Las lecturas de hoy* nos hablan de la importancia de tener una relación estrecha con Dios y escuchar lo que nos dice al oído a través de su Palabra y en la oración: “Escucha la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma”.
A veces queremos regatearle a Dios sus mandamientos y justificar cuando no los seguimos, pero Él, más que nadie en el universo, quiere nuestro bien. Así como cuando un buen médico nos receta algo que nos conviene para recuperar la salud, igual necesitamos todas las enseñanzas de Dios para vivir en la libertad de hijos, conquistando la paz, la alegría, la justicia y el amor: “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón”.
San Pablo nos anima a conocer a Dios mediante su Hijo: “Cristo Jesús es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.
Dios es la fuente de todo bien, bondad y amor. Es importante conocerle, tratarle y amarle. En cada persona lo vemos reflejado a Él y cada circunstancia es un medio para crecer en nuestro amor y entrega.
Le preguntan a Jesús: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».
En la parábola del buen samaritano explica quién actuó como prójimo de una persona que cayó en manos de los bandidos. El prójimo fue aquel que lo atendió, lo curó, lo puso en camino a la posada y pagó por su sanación. Eso hace Jesús con nosotros, Él venda nuestras heridas, nos sana y paga por nuestro rescate para que podamos acceder al Reino de los Cielos; luego nos dice: «Anda y haz tú lo mismo».
*Dt 30,10-14; Sal 18; Col 1, 15-20; Lc 10, 25-37