Las lecturas de hoy* hablan de la justicia social. Es un concepto que va mucho más allá de ideologías políticas y tiene su fundamento en el amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos y la iglesia lo ha trabajado a través de la doctrina social.
Cuando un sistema pretende la justicia sin Dios, parte de la más profunda incapacidad para lograrla. La justicia lleva a reconocer a cada uno sus derechos a la vida, a la familia y a vivir conforme a sus creencias religiosas buscando participar de la vida eterna, viviendo desde la libertad y el amor los mandamientos de Dios. Jesús nos dijo: “trabajad por el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás os vendrá por añadidura”.
El egoísmo, la soberbia, la lujuria y los demás pecados son causa de injusticia e infelicidad. Todos los valores humanos se desprenden de la justicia y se trascienden por el amor. Para poder construir un mundo de justicia necesitamos trabajar en nuestro interior, sanar nuestros pecados e inspirarnos por la misericordia de Dios, a dar lo mejor de nosotros mismos al servicio de los demás. Querer que todo esté ordenado a la voluntad de Dios que es: “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.
En la primera lectura el profeta Amós denuncia injusticias con los más necesitados, que vemos todavía en nuestro tiempo. Se les vendía con precios inflados, medidas fraudulentas, eran comprados por un par de sandalias, se abusaba de sus necesidades para manipularlos.
San Pablo nos invita a agradecer a Dios, orar por los gobernantes y por quienes ejercen autoridad “para que podamos llevar una vida sosegada, con toda piedad y respeto”. Los mandatarios son los primeros que requieren estas transformaciones interiores para que no pretendan sacar provecho personal de los bienes de todos, que son sagrados precisamente porque son destinados a construir la justicia social, generando mayor equidad en la sociedad.
En el evangelio Jesús refiere una parábola de un administrador que se vale de su puesto para ganarse deshonestamente amigos que lo ayuden. Nuestro Señor nos alerta a no hacer del dinero un ídolo: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Nos invita a utilizar el dinero con honestidad, justicia y amor, ayudar a los demás y en agradecimiento intercederán ante Dios por nosotros.
Ejercer la justicia con amor es básico para conquistar el cielo. Requerimos generar un círculo virtuoso que permita conocer y vivir las leyes de Dios y generar las oportunidades para el desarrollo de todos con educación integral, trabajo, salud, vivienda, que permita vivir con dignidad y contribuir a la justicia social.
“La misericordia no es forzada, cae del cielo como suave lluvia y bendice tanto al que da como al que recibe”. Shakespeare
*Am 8,4-7; Sal 112; Tim 2,1-8; Lc 16,1-13