En medio de las situaciones cotidianas personales, familiares y sociales de nuestro tiempo, los creyentes en Jesucristo seguimos en celebración de la Pascua de la Resurrección. El mayor acontecimiento de nuestra historia. Nuestra mayor esperanza es la de participar de ella mediante la gracia que Jesucristo conquistó para nosotros. Dice hoy la oración colecta: “Que tu pueblo, oh Dios, se regocije al verse renovado y rejuvenecido, por la gloria de ser hijos tuyos, aguardemos con esperanza confiada el día de nuestra resurrección.”
En las lecturas de hoy*, San Pedro predicando a Jesús resucitado a pesar de las amenazas dice valientemente: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Esa tiene que ser la norma de oro del creyente: Amar a Dios primero y amar al mundo a través de Él. Ese amor lo demostramos con la obediencia a sus leyes y apertura a su mayor don: el Espíritu Santo.
San Juan en el Apocalipsis expresa una visión en la cual todos los vivientes aclaman y reconocen al Cordero de Dios la alabanza, el honor, el poder y la gloria por todos los siglos.
El evangelio nos relata otro encuentro de algunos de los apóstoles con el resucitado. Después de otra pesca milagrosa, comparten con Él. Jesús le pregunta tres veces a Pedro: “¿Me amas? “dándole la oportunidad de perdonar y sanar sus tres negaciones y pidiéndole que apaciente a su rebaño. Esa pregunta nos la hace hoy a nosotros. Él quiere nuestro amor, porque ese amor nos redime y nos impulsa a dar testimonio de su resurrección para que más almas se salven y aprovechen sus frutos.
Tenemos la mayor de las suertes. Pertenecemos al equipo ganador. Aunque muchas veces podamos sufrir cruces pesadas, sabemos que, con Cristo Jesús, la batalla está ganada. El bien, la vida, la verdad y el amor triunfan. Nuestra Iglesia cuenta con los sacramentos que son el testimonio vivo y actuante del Resucitado entre nosotros. Si creemos y le ofrecemos todo a Él, todo absolutamente todo, hasta los dolores y dificultades, son para bien de nuestras almas; Él los convierte en caudal de gracia y camino de resurrección, como hizo con su santa cruz.
Es tiempo de acción de gracias. No nos estanquemos lamentando lo que no funciona bien en nuestras vidas. Trabajemos unidos a Él con confianza en la victoria. Levantemos el ánimo glorificando a Dios por todo, con gratitud profunda en el alma por su entrega, por su vida, por sus enseñanzas, por tantas cosas maravillosas que nos regala permanentemente en su Amor.
Sigamos celebrando con gozo la resurrección gloriosa de Jesús y la dicha de ser los hijos amados de Dios.
*Hch 5, 27b-32.40b-41; Sal 29; Ap 5, 11-14; Jn 21, 1-19