Resucitemos con Cristo, recibiendo el amor de Dios en el corazón y compartiéndolo con los demás. Abrazando la cruz junto a Jesús y todas sus enseñanzas; experimentándonos como verdaderos hermanos unos de otros, compartiendo y solidarizándonos con sus problemas y con sus alegrías. Esmerémonos en construir un mundo de justicia, paz y amor, ayudados por el Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones. La resurrección no sólo se dará el último día después de nuestra muerte, sino que es una experiencia inmediata y continua, que experimentamos enseguida, cuando la gracia de Dios nos acompaña.
Jesús nos dijo: “yo soy la resurrección y la vida”. Vivir en comunión con Él es experimentar la resurrección. Es querer cambiar el pecado por el estado de gracia. Cambiar el egoísmo por el amor. Cambiar la mezquindad por la entrega total de sí mismo. Y así ir transformando todo, poniendo a Dios y a su amor en el centro de nuestras vidas, en vez de nuestro propio yo o cualquier otra persona, circunstancia o cosa.
En las lecturas de hoy*, nos recuerdan la gran noticia de la resurrección, ya no tenemos nada que temer, ni siquiera a la muerte; Jesucristo se ganó para nosotros la vida eterna. Con Él podemos vivir en permanente resurrección y al morir solo cambiaremos de un cuerpo mortal a uno inmortal.
Dice hoy la Palabra de Dios: “Jesús de Nazaret, a quien colgamos de un madero, resucitó al tercer día y se manifestó a muchos”. “Quienes creen en Él, reciben por su nombre el perdón de los pecados”. “Si han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba…aspiren a los bienes de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios”.
Podemos creer que tenemos que llenar el tiempo con muchos compromisos, distracciones y trabajos y se nos olvida que nuestra principal tarea es que, en medio de todo lo que pensemos, sintamos o hagamos, nos dejemos guiar por el amor de Dios, para irnos transformando en mejores personas e irnos configurando con Cristo. Necesitamos tiempo para la oración, la reflexión, la confesión de los pecados para recuperar la gracia y tener claro el norte en la vida y el orden de prioridades. Con esto aprovecharemos las diferentes actividades para ofrecerlas a Dios y edificar mejores relaciones con los demás, aprovechando cada circunstancia para crecer en santidad.
¡Jesús resucitó, Aleluya!, resucitemos con Él. La vida adquiere toda su plenitud en su resurrección. Él nos salvó, redimió y liberó de los pecados. Experimentemos el gozo de sabernos sus hijos plenamente amados. No nos distraigamos de lo fundamental que es vivir en comunión con Dios y llegar a la vida eterna, transformemos cada situación de nuestra vida en camino para lograrlo.
*Hch 10, 34ª.37-43; Sal 117; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9