Las lecturas de hoy* ponen el foco en la célula más importante de la sociedad: la familia. 

La familia fundamentada en el amor se ha podido comprobar a través de la historia, es el medio natural más idóneo para el desarrollo de cada uno de sus miembros y para que los hijos crezcan con felicidad, seguridad y unidad interior.

Desde el momento de la creación Dios nos muestra la comunión de la pareja de hombre y mujer.  Dios quiso que se diera ese complemento perfecto, esa “ayuda adecuada” entre los esposos, para que compartieran en una relación de amor, se acompañen mutuamente: “y los dos lleguen a ser una sola carne”. De esa relación surge la familia.  El pecado rompe la armonía perfecta. 

Jesús vino a reparar nuestra vida y se hace camino para que unidos a Él logremos también fortalecer con amor nuestras relaciones con los demás. En el evangelio nos dice que el divorcio no está en los planes de Dios, que lleva al adulterio: “lo que Dios unió no debe separarlo el hombre”.  Si seguimos a Jesús, todo se convierte en medio para crecer en la capacidad de amar y ser mejores personas, siempre por el camino del perdón y la reconciliación.

En el salmo cantamos con gozo que seguir los caminos del Señor son fuente de dicha, prosperidad, unidad y felicidad familiar. El santo temor de Dios y el cumplimento de sus leyes son el mejor camino para recibir sus bendiciones. 

San Pablo nos muestra cómo Jesús por amor asume nuestra naturaleza y experimenta la muerte para hacernos sus hermanos y llevarnos a participar con Él de la gloria. Dios nuestro Padre nos envió a su Hijo y al Espíritu Santo para santificarnos y hacernos miembros de su familia. Que gran don de Dios, hacernos participar de la dicha eterna en el seno de su gran familia. 

Para Dios el matrimonio es tan importante que quiso utilizar la imagen de la unión esponsal con la unión de Jesús con la Iglesia. Es una unión sagrada por donde empieza todo el orden interior, familiar y social.

Es preocupante que muchos de las nuevas generaciones ni siquiera quieran casarse. Viven la sexualidad sin compromiso de fidelidad, unidad y permanencia. Cada vez más países despenalizan el aborto y la eutanasia, permitiendo que los padres maten a los hijos y los hijos a sus padres y se pretende dar estatus de matrimonio a la unión de personas del mismo sexo. Estamos viviendo una grave crisis que nos muestra la necesidad de regresar a Dios con humildad para que Él nos guíe, nos repare y nos ayude a contrarrestar tantas fuerzas internas y externas que están perjudicando a la persona y a la familia y podamos recuperar el orden interior y social. Dios nos espera con los brazos abiertos y nos ofrece su perdón y su amor a través de su Hijo Jesucristo. 

Decía San Juan Pablo II: “Familia sé lo que eres: comunidad de vida y de amor”.

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