Las lecturas de hoy* nos invitan a meditar en el infinito amor de nuestro Dios y nos animan a dejarnos amar por Él para que pueda transformar nuestro corazón y así podamos cambiar las cosas a nuestro alrededor.
Jesús, con su testimonio y con sus palabras nos dice que “el que quiera ser el mayor, sea el servidor de los demás”. Él, renunció a su gloria para hacerse uno de nosotros y después de haberse pasado la vida sirviendo con amor a los demás, “se entregó a sí mismo en rescate por la multitud”.
Mientras el ser humano trata de cambiar las cosas mediante el poder, la fuerza, el dinero, la influencia, nuestro Dios nos muestra que sólo el amor todo lo transforma, el Amor, entendido desde la propia esencia de Dios, fundamentado en el bien, la bondad, la entrega, el servicio, el cumplimiento de los mandamientos y de las enseñanzas de Jesucristo.
La mayoría de las influencias que recibíamos antes en la vida, los valores o antivalores, provenían del ámbito familiar, educativo, religioso y social o de la falta de algunos de éstos. Eran medios bastante controlables.
Hoy en día, además de la autoridad ejercida a veces con justicia y otras con abusos e injusticias, se utilizan diferentes medios para incidir en la vida de los demás. El materialismo, el consumismo, la ideología de género y muchas otras ideologías, contrarias a las leyes de Dios, se van introduciendo a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Poco a poco se ha pretendido, ir reemplazando la moral cristiana por propuestas de vida sin Dios, que nos llevan a la destrucción personal, familiar y social.
Cada vez es más difícil para las familias proteger a sus niños y jóvenes de estas ideologías porque están siendo bombardeados permanentemente por mensajes en medio de películas, series, publicidad, que van en contra de la moral, del bien, que nos hacen esclavos de los pecados.
Por otro lado, también cogen fuerza la búsqueda de Dios y de su mensaje, porque Él es el único que sacia el corazón del hombre y puede contrarrestar tanta incidencia negativa.
Necesitamos regresar a la fuente del Amor: Dios. Sólo Él llena las ansias del corazón, nos transforma en personas mejores, despierta nuestras conciencias frente al pecado, nos sana y nos da su gracia, paz y alegría y trabaja a través de nosotros en la transformación positiva de la sociedad. Jesús es nuestro Sumo Sacerdote, Él comprende nuestras debilidades y nos da su ayuda oportuna, su gracia y misericordia. Con la muerte y la resurrección de Jesucristo fuimos liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte. Sólo unidos a Él, podremos ganar esta gran batalla espiritual que se libra en el mundo entero. Con Él, somos vencedores.
*Is 53, 10-11; Sal 32; Hb 4, 14-16; Mc 10, 35-45