Vivimos una etapa gloriosa en nuestra fe: la Pascua de Jesucristo, su resurrección, el paso de la muerte a la vida. Él nos abrió las puertas de los cielos y nos dio la gran certeza que el Amor, el Bien, la Verdad y la Vida tienen la última palabra, gracias al amor de Dios, quien por nosotros permitió la redención de nuestros pecados mediante la comunión con su Hijo. 

Jesús nos invita a resucitar con él, no permitiendo que las cosas de este mundo nos obnubilen con sus pompas y vanidades. No nos dejemos llevar por las esclavitudes a las que nos somete el pecado y el Maligno, quien las presenta con apariencia de bien, pero siempre son una gran mentira, que nos aleja de Dios y de ser partícipes de su resurrección. 

El mundo feliz se logra cuando los hombres y mujeres comprendamos estas realidades maravillosas que se esconden detrás de paradojas que a veces nos confunden, porque nuestro orgullo y soberbia de creernos autosuficientes, nos hacen pensar que no necesitamos a Dios en nuestras vidas y nos perdemos de todos los dones, regalos y gracias que Él nos ofrece.

¿Por qué vemos tantos problemas en nuestra sociedad? Porque se vive de espaldas a Dios y se toman decisiones que no están guiadas por el Espíritu Santo. 

Dios todo lo hace nuevo, dejémonos renovar por Él. Claro que lo necesitamos, por muchos éxitos que tengamos en la vida, todo es don e implica responsabilidad y nuestra existencia solo adquiere trascendencia de resurrección unidos a Él y a su gracia santificadora. Y si lo que experimentamos son dificultades, dolores o problemas y los vivimos unidos a la cruz de Cristo, se convierten en fuerza renovadora y capital de gracia de resurrección.

Si queremos la transformación de la sociedad, ésta tiene que pasar por cambios en nuestro interior, que cada vez muera más nuestro espíritu mundano y reine el Espíritu de Dios en nuestros corazones. Solo así seremos una fuerza bienhechora que lleve el amor de Jesucristo resucitado a los demás. “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba”. *

Son muchos los testigos de la resurrección de Cristo, quienes pudieron verlo y compartir con él y con valentía entregaron sus propias vidas por Él. Y muchos otros en todos los tiempos, que han experimentado el gozo en el corazón de estar en comunión con un Dios resucitado en medio de nosotros, que va transformando vidas desde el interior al recibir el perdón de los pecados y generando cambios en las sociedades cuando Él, su amor, sus leyes y moral imperan en las costumbres de la gente.

“Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. ¡Aleluya! …¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”**Hch 10, 34a. 37-43; Sal 117,1-2.16ab-17.22-23; Col (3,1-4); Jn (20,1-9)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *