En medio de todos los retos y complicaciones que nos supone la vida, siempre nos alimenta la esperanza de poder renovar nuestro corazón, y si lo hacemos en Cristo, renacemos a la vida nueva y eterna, que se empieza a manifestar desde la vida presente y se experimenta en plenitud al morir.
Para eso nos preparamos en Cuaresma y Semana Santa, para renovar nuestro interior y para que renazca la resurrección de Cristo en nosotros, muriendo a la persona vieja con superficialidades, enemistades y pecados, y dejando renacer la gracia de Cristo en nosotros. Es un proceso continuo y, mientras tengamos vida, podemos aprovechar para adquirir un corazón nuevo.
Da dolor, por ejemplo, cómo en medio de estas dificultades y retos que enfrentamos que nos invitan a la conversión, muchos sigan realizando fechorías con negocios tan nefastos como el narcotráfico, el secuestro, el reclutamiento de menores, los abortos, los robos, la violencia, en vez de estar reflexionando, cayendo en cuenta que Dios en su infinita misericordia les ha dado oportunidades y tiempo para cambiar, y ellos por el contrario, siguen realizando y tramando males; igual todos nosotros necesitamos mejorar frente a los males que aquejan a nuestra sociedad, porque muchas veces por indiferencia y egoísmo no defendemos la vida, la familia, la moral, la justicia, la enseñanzas que nos trajo Jesucristo para la felicidad y fraternidad.
Todos tenemos que reflexionar en qué podemos ser y hacer mejor de cara a Dios. En qué podemos contribuir para que en este mundo reine más la justicia, la paz y el amor. Dios nos da el camino, su propio Hijo para que perdone nuestras culpas y nos transforme en personas nuevas. El mal quedó derrotado con Jesucristo, quien le siga creyendo sus mentiras al mal, quedará al final defraudado porque se autodestruye a sí mismo.
Jesús cumple la promesa del profeta Jeremías cuando empieza a surgir a partir de Él, con el auxilio de su Espíritu Santo, el Pueblo de Dios que ya no vive por leyes externas sino con el amor interiorizado desde el corazón: “Pondré mi ley en su conciencia y la grabaré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo…Cuando perdone sus culpas y olvide sus pecados”.
Dios glorificó a su Hijo y en Él a nosotros, si le seguimos y somos como el trigo que entrega su vida hasta la muerte para producir muchos frutos. Dejémonos cautivar por Jesús, el vino a regalarnos Su Sagrado Corazón y recrear el nuestro, a traernos la libertad, la paz, el amor, lavando nuestros pecados y llenándonos con su gracia para que trabajemos y vivamos fraternalmente.
Abrámosle el corazón a Jesús y oremos los unos por los otros. Repitamos con el Salmo: “Oh Dios! Crea en mi un corazón puro. Renuévame por dentro con espíritu firme”.
*Jer 31, 31-34; Sal 50; Hb 5, 7-9; Jn 12, 20-33