En nuestro mundo es importante rescatar la trascendencia de las palabras. Hoy fácilmente se desdibuja la realidad con palabras engañosas, se afecta la credibilidad de la gente sin sustento real de apoyo, somos a veces muy irresponsables difamando o retransmitiendo información falsa sin verificar sus fundamentos. Las palabras no solo describen la realidad, sino que también la crean. 

En las lecturas de hoy* se refuerza el valor de las palabras y sobre todo de la Palabra que se hizo carne: Jesucristo Nuestro Señor. Él mostró la realidad de Dios en su propia vida y evidenció la maldad de los hombres al dejarse someter en el acto de injusticia más grande que haya cometido la humanidad y que seguimos cometiendo cuando no seguimos las leyes sagradas. 

Es tanto el amor de Dios y su deseo de que salvemos nuestras almas, que vino a buscarnos para rescatarnos de los falsos dioses que nos esclavizan, que están fundamentados en la mentira, la falsedad, el éxito aparente, el poder que subyuga, el dinero mal habido, el disfrute desmedido de las pasiones. Él, por el contrario, nos invita permanentemente a que nos liberemos de esas esclavitudes arrepintiéndonos y siendo fieles a sus mandamientos. 

Dios quiere reconciliarnos con Él que es la fuente de la vida, de la verdad, del amor, de la unidad, de la felicidad perdurable. Atendámoslo. Él nos llama desde lo profundo del corazón a que escuchemos su voz porque quiere que disfrutemos de la vida plena y eterna. Dice San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Dice hoy el Salmo: “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos”. Solo el Señor tiene palabras de vida eterna.

No nos dejemos engañar por promesas falsas que no llenan el corazón, solo la vida cimentada en el amor a Dios, a los demás y a nosotros mismos, es la que da sentido y plenitud a la existencia humana.

Aprovechemos este tiempo especial para llenarnos más con la Palabra de Dios en unión a la Iglesia, porque ella llega a empapar el alma y transformarla, como hace el agua cuando cae sobre la siembra. Nos dice San Pablo que la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que espada de dos filos; ella penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y la médula, y es capaz de juzgar los sentimientos y los pensamientos”. Jesucristo, quien es esa Palabra encarnada, nos llama desde el cielo a unirnos a su cruz redentora para que aprovechemos la gracia como medio eficaz de salvación y participemos de su resurrección. 

Ex 20, 1-17; Sal 18, 8-11; Cor 1, 22-25; Heb 4, 12; Jn 2,13-25

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