El miércoles empezamos este tiempo especial de la Cuaresma, tiempo de conversión y crecimiento en la capacidad de amar siguiendo a Jesús en su camino de misión hasta llegar a su pasión, muerte y resurrección, cumpliendo la voluntad del Padre, para atraernos a Él como camino de nuestra redención.

El mensaje de cuaresma del papa Francisco*, nos alienta a vivir este tiempo renovando la fe, la esperanza y el amor, aprovechando la oración, el ayuno y la limosna para el camino de conversión. 

El espíritu de penitencia al que nos invita esta época nos ayuda a vencer la tibieza espiritual, porque las comodidades y los afanes de este mundo, nos llevan a vivir superficialmente y a no comprender la necesidad de Dios que tiene nuestra alma. Jesús, se fue 40 días al desierto llevado por el Espíritu Santo, allí enfrentó y venció las tentaciones y salió a cumplir plenamente su misión redentora.

Nos dice el profeta Joel que acudamos a Dios con un corazón arrepentido pidiendo perdón: “vuelvan a Dios porque Él es clemente, compasivo, paciente y rico en misericordia”. 

A veces nos creemos muy buenos porque no hacemos grandes males a los demás, sin embargo, no nos damos cuenta de la infinitud de detalles con los que ofendemos a Dios, a los demás y a nosotros mismos, sobre todo por no aprovechar el tiempo para crecer en santidad, por el pecado de la soberbia, de la indiferencia y la falta de compromiso para contribuir en la edificación de una mejor sociedad con justicia, solidaridad y amor.

En la medida que sacamos a Dios de nuestras vidas, se nos endurece el corazón para ver nuestras limitaciones, nos volvemos más egoístas y centrados en nuestro propio bien, ajenos a la solidaridad con respecto a las necesidades de los demás y podemos ir admitiendo comportamientos y costumbres que atentan contra la dignidad de la persona humana, la familia y los valores cristianos. 

Nos recuerda San Pablo que estamos en tiempo de gracia, por ser tiempo aprovechable para bien de nuestras almas, no sabemos cuándo nos tocará rendirle cuenta a Dios por nuestra vida. Nos dice San Pedro que necesitamos obtener de Dios la purificación de la conciencia, en virtud de la resurrección de Cristo.

Jesús nos invita a que el camino de conversión se haga en lo profundo de nuestro corazón, no por apariencias externas hacia los demás. Dios ve lo secreto del alma, conoce lo que nos mueve y nos invita a revisar nuestras intenciones para que sean purificadas. Por eso es importante la oración, el ayuno y la limosna para que el Espíritu Santo vaya sanando nuestro interior y vaya sacando todo lo que ofenda a Dios desde el corazón.

* Mc1, 12-15; Jl 2, 12-18; Sal 50; Co 5, 20-6, 2; Pe 3, 18-22; 

*https://press.vatican.va/

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