Las lecturas de hoy* nos hablan de la importancia de la conversión, de regresar a Dios con arrepentimiento, ayunos, sacrificios y los resultados son los más positivos que una persona pueda esperar. Eso conduce a la libertad interior, al gozo, a la plenitud, al sentido pleno de la vida, al amor.

En la primera lectura el profeta Jonás recorre todo el pueblo de Nínive anunciándole su destrucción y el pueblo lo escucha y se convierte y, en vez de ser destruidos, son regenerados por Dios.

Lo mismo nos pasa a nosotros. Si estamos lejos de Dios, nos destruimos a nosotros mismos, nos dejamos esclavizar por los pecados, por las banalidades del mundo o por el mal. Si, por el contrario, regresamos arrepentidos a Dios, recuperamos la paz en el corazón y con los demás, logramos la unidad personal y la comunión con Dios y los demás.

En la segunda lectura San Pablo dice que el tiempo es corto. Que no nos apeguemos a ninguna circunstancia que estemos viviendo, sino que vivamos en presencia de Dios, como si ya nos fuéramos a encontrar con Él. Cada situación cotidiana, sea de la vida de familia, de la vida profesional o social, podemos vivirla en el amor de Dios, siempre anteponiendo sus mandamientos de amor, siempre buscando el mayor bien de los demás y se dará como consecuencia, lo mejor para nosotros mismos.

En el evangelio, Jesús va llamando a los discípulos por su nombre y los invita a ir con Él, a dejarse transformar para convertirse en pescadores de hombres para Dios. Se vuelven gestores de la nueva humanidad, enseñando a las personas a vivir con Jesús, por Jesús, para Jesús, de acuerdo con el camino que Él les va planteando, según su propio ejemplo.

Vivimos tiempos de gran temor a la enfermedad y a la muerte. Son tiempos de volver a Jesús, con el corazón contrito y humillado, pidiéndole perdón, reconciliándonos con los demás, viviendo según el evangelio. Así viviremos en la libertad de los hijos de Dios, quien nos invita a que, aunque estemos sanos o enfermos, vivos o muertos, lo importante es que vivamos con la fe y la esperanza en Él, en la participación de la resurrección eterna, la vida que no termina, la máxima felicidad, la plenitud total. 

El Salmo nos dice que el Señor es recto, bueno y misericordioso, nos enseña sus caminos y nos invita a confiar en que, con Él, lograremos los mejores resultados. Volvamos a Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida. No nos dejemos tentar de propuestas que nos hace el mundo de vivir como si Dios no existiera; así es fácil caer en vidas vacías, superficiales, sin sentido, con desesperanza y dolor. Por el contrario, con Jesús estamos siempre en puerto seguro, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna, Él es nuestra esperanza y salvación. 

*Jon 3, 1-5, 10; Sal 24; Cor 7, 29-31; Mc 1, 14-20

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