En esta época navideña, nos hemos refugiado y valorado más el gran tesoro de amor que es la familia. Necesitamos crecer en amor, cuidar, proteger y fortalecer a esta célula de la sociedad, fundamental para el desarrollo como personas y para la supervivencia como humanidad y defenderla de todos los ataques y antivalores que quieren arraigarse culturalmente reemplazando a nuestra valiosa cultura cristiana, fundamentada en el amor, la defensa y cuidado de la vida y el crecimiento en sabiduría y gracia para desarrollarnos integralmente, proyectarnos en la sociedad y alcanzar el cielo.
María y José, como personas de fe, nos inspiran en lo que podemos ser como personas y familias; ellos estudiaban y vivían la Palabra de Dios y estaban atentos al Mesías. Eso los hizo crecer en sabiduría y cumplir la misión que Dios les asignaba como padres protectores y educadores de Jesús, vivir todos los desafíos con amor, dedicación y cumpliendo la voluntad de Dios en sus vidas.
Las lecturas de la Eucaristía de hoy* nos exhortan a respetar a Dios y seguir sus caminos, a honrar y respetar a los padres, con méritos incluso para la reparación de los propios pecados. A vivir el amor entre los esposos, padres e hijos, sobrellevándonos unos a otros, perdonándonos mutuamente, para que Cristo pueda actuar en nosotros y podamos llegar a Dios.
A los padres de familia se nos invita a vivir el amor, enseñarles a nuestros hijos a amar y respetar a Dios, fuente de todo bien, sabiduría y amor, a fomentar una educación que haga valorar los principios que preservan la vida humana, la dignifican y la hacen desarrollar su potencial para vivir vidas lo más santas posibles y prepararnos para llegar algún día a encontrarnos cara a cara con Dios.
Es en la familia que formamos las bases del carácter, donde se arraigan los valores en la vida cotidiana como expresión del amor entre los miembros de la familia y para mejorar la convivencia. El mundo quiere inventar otras formas de familia que no cumplen ese propósito puesto por Dios para el desarrollo integral de todos. Estemos atentos para defender este valioso regalo de Dios.
Jesús, también quiso tener esa relación familiar estrecha, atento a sus padres, creciendo en sabiduría y gracia en medio del hogar; nos enseñó a ver a Dios como Padre, a María como madre, Él, como nuestro hermano, cabeza de la gran familia del Pueblo de Dios, unidos por los lazos de amor del Espíritu Santo, quien nos une en un mismo sentir y actuar desde la diversidad de cada uno, pero conformes a las leyes de compasión, dulzura, ternura, amabilidad, mansedumbre, paciencia, templanza, gratitud, como nos recuerda San Pablo hoy, “y por encima de todo el amor, que es broche de perfección”.
*Ecl 3,2-6.12-14; Sal 127; Col 3,12-21; Lc 2,22-40