En medio de nuestras realidades presentes, las lecturas de hoy* nos invitan a volver a Dios, a buscarlo, a convertir nuestra conducta. Podemos pensar que lo hacemos, pero es una lucha diaria porque podemos estar poniendo a otras cosas por encima de Él y porque necesitamos trabajar unidos a la gracia para resolver tantos desafíos que enfrentamos.

El Salmo nos invita a orarle con confianza, bendecirlo y adorarlo reconociendo su cariño, su justicia, su bondad, su misericordia y su cercanía de los que lo invocan. Pongamos a Dios en el primer lugar. Donde no está Dios, el mal puede hacer estragos.

Son muchos ejemplos de lo que hoy puede ir desplazando a Dios, por ejemplo, la falta de pudor, las películas con contenidos contrarios a las leyes de Dios, no ser sensibles ante el dolor de los demás, todos los pecados capitales y males que nos aquejan como personas y sociedad. 

Hemos permitido sacar a Dios de la vida pública, de la educación, a veces de la vida de familia, no revisamos con frecuencia nuestras conciencias, ni acudimos a los sacramentos. Todo eso va enfriando la fe y nuestra capacidad de amar, nos puede volver manipulables por las ideologías contrarias al bien, precisamente por esa falta de solidez en las creencias, principios y valores y la falta de coherencia de vida. 

Estamos permanentemente en un combate espiritual entre el bien y el mal, en el que participan también las personas celestiales, Dios, sus ángeles y sus santos invitándonos al bien, la bondad, la vida, siempre respetando nuestra libertad y apoyándonos con su gracia y los enemigos de Dios queriéndonos cautivar con sus encantos con apariencias de bien, aprovechando nuestras necesidades, debilidades o distracciones, escondiendo maldad, injusticia y muerte.

San Pablo quien volvió a Dios después de su encuentro con Cristo resucitado, nos cuenta el dilema de su vida, sabe que morir en Cristo es lo mejor pero también quiere vivir para ayudar a sus hermanos a convertirse. Aceptó la voluntad de Dios en su vida e incluso el martirio para que Cristo se glorificara en él.

Jesús nos relata una parábola en la que Dios nos está llamando en diferentes momentos de nuestra vida y a todos nos paga el denario convenido, la salvación eterna. Es tan generoso que nos acepta siempre. Volvamos a Dios con confianza, con arrepentimiento y conversión, viviendo una conducta digna, sirviendo al evangelio, disfrutando de sus dones desde la realidad presente.

Saldremos vencedores “unidos en espíritu y corazón, luchando juntos por la fe en la Buena Noticia” *, gracias a que las promesas de Dios son firmes, permanentes, llenas de amor y misericordia. 

*Is 55, 6-9; Sal 144; Fil 1, 20c-24.27; Mt 20, 1-16

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