Las lecturas de hoy* nos invitan a sintonizar nuestra vida con Dios. Buscarlo en oración, en el silencio y la paz, para descubrir su voluntad en nosotros y dejarnos guiar por Él. 

En la primera lectura Elías subió al monte Horeb y pasó la noche en una cueva y supo que el Señor iba a pasar. Pasó un huracán, un terremoto, un fuego y supo que ahí no estaba el Señor. Al sentir una brisa tenue supo que allí estaba el Señor, escuchó sus instrucciones y las puso por obra.

Estos días hemos experimentado el temor a los huracanes, a los terremotos, al fuego, a la peste y sabemos que en medio del miedo no encontramos a Dios. Sin embargo, si nos ponemos en oración con fe y confianza, en vigilia profunda, sentimos la suavidad de su paz y nos encontramos con Él. 

Nos dice el Salmo que Dios nos invita a la oración para sintonizar nuestros corazones con su amor y su misericordia y ofrecernos su salvación.

San Pablo en su carta a los romanos nos invita a abrirnos al Espíritu Santo para reconocer a Cristo como el Mesías de Dios, que procede en cuanto hombre del pueblo judío, pero quien está por encima de todas las cosas porque es Dios bendito por los siglos.

En el evangelio, Jesús después de la multiplicación de los panes y de haber despedido a la gente, sube al monte a orar. Jesús se sintoniza permanentemente con su Padre Dios. Busca momentos solitarios con Él. Nos da ejemplo de la importancia de la oración. 

Ahora que no podemos acudir al templo por la pandemia, además de las Eucaristías virtuales, podemos sintonizar alguna de las Iglesias que tienen adoración perpetua al Santísimo Sacramento en línea, y sentarnos frente a Él a orar, conversar, clarificar nuestros pensamientos, intenciones, metas, aspiraciones para llenarnos de su presencia y poder transformar nuestra vida y las de quienes nos rodean. 

Jesús nos llena de confianza, de seguridad. En la madrugada, después de orar, va en busca de los discípulos caminando sobre las aguas. Los discípulos se atemorizaron a lo que él les dijo: “Ánimo, no tengan miedo, soy yo”. Pedro le pide que lo lleve a él y pudo también caminar un momento sobre las aguas, pero llegó un fuerte viento, se atemorizó y empezó a hundirse y gritó: “Señor, sálvame”, a lo que Jesús lo rescató. Ellos se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»

Cuántas enseñanzas para estos momentos de nuestra historia. Tenemos en quien confiar, Él nos lleva a puerto seguro sea cual sea la tempestad de nuestra vida. Sintonicemos nuestra vida con Dios, no apartemos la mirada y la confianza de Jesús y Él nos conducirá a la salvación de nuestras vidas. Eso es lo más importante.*1Re19, 9a.11-13ª; Sal 84; Rom 9,1-5; Mt 14, 22-33

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