Todo en la vida tiene sus leyes y es necesario seguirlas para que las cosas funcionen bien. Los seres humanos también tenemos nuestro manual de funciones, básico y sencillo, seguir las leyes de Dios, los mandamientos del amor.

La primera decisión la tomamos con respecto al primer mandamiento: Amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas de nuestra alma, con todo nuestro ser, de esa decisión parten las demás. O somos de Él, lo reconocemos como nuestro Creador, Redentor y Santificador o nos dejamos llevar por los valores que nos muestra el mundo, el demonio o la carne. 

Para amar a alguien es necesario conocerlo. Dios se nos ha expresado en la historia de la humanidad y se nos reveló con toda claridad a través de la vida, obra, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo. Algunas de sus múltiples características son: bien, bondad, amor, servicio, atención, cuidado, misericordia, perdón, sanación, entrega, trabajo arduo y continuo, oración permanente, humildad y sencillez de corazón.

Jesús nos marcó un camino a cada persona y a la humanidad como un todo, que nos conduce a la construcción de una sociedad más justa, en paz y amor y nos lleva a la meta definitiva, el cielo. Nos mostró cómo los tesoros de este mundo pueden convertirse en ídolos que nos pueden desviar del camino, si no se ponen al servicio de Dios, o sea si no se obtienen y se ponen al servicio del bien, de la bondad, del amor. 

Seguir a Jesús es una renuncia a bienes aparentes por bienes mayores que no se acaban y duran por toda la eternidad, que nos hacen libres y felices de verdad. Bienes que nos llevan a experimentar a un Padre que nos ama profundamente, un Hijo que se entregó por amor a nosotros y un Espíritu Santo que nos colma con sus dones y nos acompaña en el camino. 

Así como un microscópico virus nos pone en jaque la vida terrena, así los pecados, que empiezan pequeños, veniales, van destruyendo poco a poco la vida de nuestra alma. 

Hoy Jesús nos invita a demostrarle el amor: “Si me aman guardaréis mis mandamientos”. Cumplirlos en cada detalle de nuestra vida, no es tarea fácil. Requiere de un estado de alerta, una conciencia despierta, observándonos y llenándonos de conocimiento de Dios para que Él, a través de la oración, de su Palabra, de su Cuerpo y Sangre, sus demás sacramentos y las realidades que se nos presentan, vaya purificándonos y cambiando nuestra mundanidad en valores eternos.

En este momento histórico, en el que juntos como humanidad tenemos que reconstruir nuestras realidades, abrámonos al amor de Dios para dejarnos iluminar por Él, para que se deriven muchos bienes. Si crecemos en el amor a Dios y a sus mandamientos, lograremos construir una sociedad mejor y estaremos en camino hacia el cielo. 

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