Con la alegría de la Pascua, estamos llamados a resucitar desde esta vida y a tener misericordia con los demás, como Cristo resucitó y nos ofrece su infinita misericordia, perdonándonos e iluminando nuestro camino con esperanza, paz, gozo y amor infinito.

Estos tiempos que vivimos son oportunos para repensarnos a nosotros mismos, identificarnos más con Cristo, orar en espíritu y verdad, fortalecernos interiormente, enfocarnos en las cosas importantes y trascendentales de nuestra vida, crecer en virtudes y valores y ponernos al servicio de los demás.

Enfoquémonos en el día a día, aprovechando el tiempo para lecturas y actividades edificantes, para trabajar desde la casa, aprender cosas nuevas, para compartir, para meditar, hacer ejercicio, para revisar nuestras conciencias, para orar, soñar, planear y servir. 

No vivamos obsesionados con el día en que todo retorne a la normalidad, como si este fuera un paréntesis en nuestra vida. Cada minuto de vida cuenta, todos son importantes. Hoy somos más conscientes de nuestra precariedad física pero también vivimos con la esperanza que Jesús resucitó y junto a Él, nosotros.  

Seamos creativos aprovechando lo mejor posible cada segundo de nuestra existencia, siendo mejores personas en medio de cualquier circunstancia que vivamos. Edifiquémonos viviendo un presente que valga la pena y nos proyecte a la eternidad; no aplacemos los planes de mejoramiento personal, leamos las escrituras, trabajemos en nuestro propio carácter, en mejorar la manera de relacionarnos con los demás. 

Las lecturas de hoy* nos muestran cómo vivían las primeras comunidades después de la resurrección de Jesucristo, en unión fraterna, sin egoísmos, compartiendo con amor y alegría según las necesidades de cada uno, reuniéndose en el templo diariamente, compartiendo la eucaristía, irradiando el evangelio con fe, por la salvación de las almas.

El salmo nos hace meditar sobre la actitud de gratitud permanente que debemos a Dios, por la misericordia que ha mostrado con nosotros. Necesitamos estar unidos a Él, glorificarlo y darle gracias por los beneficios que ha traído a nuestra existencia y comportarnos dignamente de acuerdo al privilegio de ser sus hijos.

El evangelio de hoy nos relata cómo Jesús resucitado sopla dando el Espíritu Santo, generando los maravillosos frutos de la paz, el perdón, la alegría, la fortaleza y quitando todo temor, iluminando los pensamientos, decisiones, sentimientos y acciones para vivir conforme a sus enseñanzas.

“Tu misericordia, oh Dios, no tiene límites, y es infinito el tesoro de tu bondad”. “Jesús en ti confío”. Sta Faustina

  • Hch(2,42-47);Sal 117,2-4.13-15.22-24; 1 Pe (1,3-9); Jn (20,19-31

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