Las experiencias que tenemos desde niños en relación con nuestros padres dejan huellas muy importantes en nuestras vidas. Dios nos ama como Padre a cada uno y a la humanidad entera, y si lo aceptamos, enriquece nuestra vida con su amor y suple con su cuidado, guía y protección cualquier vacío que podamos tener en nuestras vidas. Dios compartió nuestra humanidad en Jesucristo para acercarse aún más a nosotros, redimirnos y permanecer en medio de nosotros a través del Espíritu Santo.

Hoy* celebramos el bautismo de nuestro Señor Jesucristo en el río Jordán, con lo que inició su vida pública. Se manifiesta la Santísima Trinidad: El Dios Padre invisible, se expresa de manera visible en su Hijo y simboliza al Espíritu Santo con una paloma, para ratificarle a Juan el Bautista y hoy a nosotros, respecto a Jesús: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadle. Ya lo había anunciado el profeta Isaías: “Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones”.

Juan al principio no entiende que Jesús acuda a él a bautizarse porque sabe que está limpio de todo pecado, que es el Cordero de Dios que venía a quitar los pecados del mundo, que venía a bautizarnos con el fuego del Espíritu Santo. Sin embargo, Jesús con humildad, le pide que lo haga para cumplir con la justicia divina. Él estaba asumiendo todos nuestros pecados y estaba con ese gesto mostrándonos nuestro camino de redención para hacernos renacer a una vida nueva con el Espíritu Santo. La infinita misericordia de Dios que viene en nuestro rescate para que podamos participar de la comunión con Él y de sus bienes eternos.

Para poder renacer espiritualmente nosotros necesitamos sumergirnos en el bautismo y así aceptamos ser partes de la familia de Dios, siguiendo todas las huellas de Jesucristo, aceptando a Dios como Padre y buscando la santificación por medio del Espíritu Santo. Dios además instituyó los demás sacramentos mediante los cuales actualiza y renueva nuestro bautismo, nos purifica, nos fortalece, nos llena con sus dones.

Dice San Pedro: “Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. La labor del cristiano es seguir a Jesús, dejarnos ungir por el Espíritu Santo para hacer el bien y alejar el pecado. Entregar nuestras vidas a su servicio para que muchos disfruten de las maravillas de Dios y pueda decirnos: “Tu eres mi hijo amado en quien me complazco”. 

*Is 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hch 10, 34-38; Mt 3, 13-17

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