La vida de familia no es fácil, pero nos presenta la mejor oportunidad para aprender a ser mejores cada día, aceptar a los demás como personas, crecer en virtudes y valores, fomentar los afectos profundos del corazón, propiciar la atención, el cuidado y la seguridad que proviene de amar a los demás y de sabernos amados. Necesitamos relacionarnos con Dios y colocarlo en el centro de la vida familiar para aprender a amar y ordenar los aspectos de la vida según su importancia para la salud de nuestras almas y junto a Él, descubrimos la sacralidad de la familia.
En la Navidad, se experimenta de manera especial la importancia de la vida de familia. Las experiencias familiares marcan las huellas más profundas en nuestro interior, muy positivas si son de aceptación, cariño, cuidado, atención, educación, calidez de relaciones, amor o si son contrarias, dejan huellas dolorosas que requieren de perdón y sanación.
La vida nos presenta retos, dificultades, problemas, para enfrentarlos o solucionarlos Dios nos orienta y a través de su Palabra nos guía. La oración agudiza la atención a la voluntad de Dios y permite que el Espíritu Santo refuerce lo que necesitamos para mejorar las relaciones familiares y con los demás.
Las lecturas de hoy* nos muestran cómo la Sagrada Familia, estaba atenta a los mensajes de Dios. San José escucha al ángel quien le informa que Herodes está buscando a Jesús para asesinarlo y atiende lo que se le manda desde el cielo, saliendo con prontitud a Egipto junto a María y el niño para protegerlo.
Es necesario vivir atentos a la voluntad de Dios, buscando siempre lo que Dios quiere para nosotros, que es lo que beneficie más a nuestras almas. A veces se requiere cambiar de dirección en nuestros planes de vida o la aceptación de las cruces y buscar frente a las circunstancias, crecer en amor e incidir positivamente en los demás. Eso hizo José, hombre prudente y fiel, al escuchar el mensaje de Dios, obedece y sale rápidamente y lo mismo hace cuando llega el tiempo del retorno.
Dios bendice la vida familiar que vive conforme a sus mandamientos, que vive con respeto, honra, obediencia, cuidado y atención entre esposos, padres e hijos.
San Pablo nos motiva a cultivar las virtudes de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, gratitud, también a saber perdonarnos unos a otros, y poner por encima de todo al Amor. Nos anima a abrirle el corazón a Dios y a su Palabra para que nos llene de su paz y sabiduría y así, nuestras palabras y actos sean coherentes con sus enseñanzas y se cultiven mejores relaciones familiares y con las demás personas.
* Mt 2,13-15.19-23; Eclo 3,2-6.12-14; Sal 127,1-2.3.4-5; Col 3,12-21