En el tercer domingo de Pascua* seguimos celebrando y reconociendo que Jesús resucitado transforma todas las cosas y nos anima a ser testigos de su amor en un mundo que a veces se enceguece frente las cosas de Dios.
Después de ser testigos de la resurrección de Jesús, los discípulos sufrían persecución por predicar, son mandados a azotar y son reprendidos por estar hablando de Jesús, pero ellos contestan: “Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús”. Esa verdad les daba la fortaleza, la valentía para comunicar lo que habían experimentado, los hacía testigos con la fuerza del Espíritu Santo, que Dios da a quienes le obedecen.
Jesús en el evangelio se manifiesta por tercera vez a sus discípulos como resucitado, y los anima a volver a echar las redes después de toda una noche infructuosa en la que no habían pescado nada: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces” y tuvieron una pesca muy abundante. Mientras comparten pan y pescado, Jesús le pide a Pedro tres veces que le exprese si le ama: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le cura en su corazón las tres negaciones con las tres ratificaciones de su amor y lo compromete en su misión de pastor de la Iglesia.
Jesús nos cura todas las heridas que el pecado deja en nuestras vidas, renovando nuestra capacidad de amarlo y de amar más a los demás, haciéndonos experimentar su Espíritu Santo en nosotros, convenciéndonos y llenándonos de su amor. Él sigue invitándonos a pescar personas para que se dejen salvar su alma por los méritos de su muerte y resurrección.
Una de las pestes más grandes que experimenta el hombre de hoy es la de la depresión, la vida sin sentido. Superémosla, renovando nuestra esperanza en el resucitado. Sobre Él, dice San Juan: “Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder potente y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”. Permitamos que el resucitado renueve nuestra alegría, nuestro gozo de saber que fuimos creados y rescatados por Dios para que tengamos vidas con sentido, para que vivamos con pasión y entusiasmo siendo testigos del amor, de la vida, del bien, de la verdad, de la bondad de Dios.
Este mes de mayo, nos dejamos acompañar muy especialmente de María, quien experimentó el gozo más grande frente a Jesús resucitado, puesto que ella era quien había también vivido de manera más cercana el dolor de la cruz. Con ella a nuestro lado, rebozaremos de gozo y alegría en el corazón al ser testigos del amor de Dios con todo su plan de salvación.
*Hch 5, 27-32. 40-41;Sal 29; Ap 5, 11-14; Jn 21, 1-19