os desgastamos la vida en muchas preocupaciones, cuando debíamos ocuparla en ser mejores personas y servir más a los demás, dedicarnos a aquellas cosas que más convengan a nuestras almas y a las de los otros, ser pescadores de hombres para Dios.
En las lecturas de hoy* el profeta Isaías se reconocía de labios impuros y pudo ver cómo Dios lo purificaba, a lo que respondió: “Aquí estoy Señor, envíame”.
San Pablo que alguna vez fue perseguidor de los cristianos, comprendió al conocer a Jesús, que el centro de nuestra fe es que “Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día”. Esto es algo grande, valioso, inconmensurable, de mucha trascendencia para la vida de las personas que se dejan conquistar por él, porque es la base de la esperanza, que lleva a creer con fe que podemos resucitar con él, si permitimos que la gracia de Dios esté con nosotros.
Jesús en el evangelio de hoy, era seguido y escuchado con atención por muchas personas. Después de dirigirse a ellas, le pidió a Simón Pedro que se alejara de la orilla y tirara las redes a lo que Pedro respondió que lo habían intentado durante toda la noche pero no habían pescado nada, pero que por confianza en su palabra, lo harían. La pesca fue abundante, llenaron dos barcas que casi se hundían. Pedro comprendió el poder de Dios, manifestado en Jesucristo, su primera reacción fue la de reconocerse pecador, a lo que Jesús lo animó diciendo: “no temas, desde ahora serás pescador de hombres”.
Esto nos enseña que si de verdad quisiéramos que el bien de Dios se irradiara en nuestra sociedad, si lo hacemos sólo con nuestras propias fuerzas, quedaremos decepcionados, pero que si lo hacemos entregando nuestro trabajo a Dios, podremos pescar mucho para Él. Es necesario que nos alejemos de la orilla que nos ofrece comodidad, seguridad y nos arriesguemos a ir más profundo a servirle con confianza, para que podamos conseguir resultados provechosos.
Él nos invita a que le abramos el corazón, la vida, el hogar, el trabajo y le permitamos que tome el timón confiando en su gracia. Unámonos como creyentes y aceptemos el reto de ser pescadores de hombres para Dios, dando testimonio de nuestra experiencia de Él, con coherencia de vida, para que más personas puedan gozar de la dicha que nos ofrece por toda la eternidad.
Contagiemos de nuestra alegría, de nuestra esperanza, del gozo de creer y ser fiel al evangelio, de la buena noticia de la salvación, para que cada vez más personas la acepten y disfruten y así lograr, como dice el papa Francisco, impregnar la sociedad del amor y la ternura de Dios, quien anima a la acción misionera y restituye a todos la plena dignidad y libertad mediante el perdón de los pecados y la luz de su Espíritu Santo.
*Is 6, 1-2. 3-8; Sal 137; 1Co 15, 1-11; Lc 5, 1-11