Dios nos ama de manera fiel y permanente, aunque nosotros muchas veces no le correspondemos apropiadamente. Jesús nos motiva a hacer lo mismo, aprender a amar aún a aquellos que no nos aman, o que nos han hecho daño.

Lo primero que tenemos que hacer es orar por esas personas, a través de la oración se logran dos cosas, el corazón de uno no se llena de rencor y la otra persona puede liberarse del mal y convertirse a Dios. Además, devolver bien por mal, haciendo siempre todo el bien que podamos, enriquece la vida propia y desarma al que hizo daño. A veces quienes causan algún mal,  esconden una necesidad de amor.

Personas que están cerca de Dios, a pesar de haber vivido las consecuencias de la violencia, devuelven bien por mal, y muchas veces estas reacciones de amor, han sido clave importante para la conversión del agresor. Por ejemplo el Papa San Juan Pablo II que perdonó a quien intentó asesinarlo. Hemos leído testimonios de secuestrados que lograron  la conversión de algunos de sus captores, gracias a su oración y a devolverles bien por el mal que ellos recibían. Otros, en situaciones difíciles, no se dejaron llenar de odio a pesar de la dolorosa experiencia, sino que incluso, fueron motivadores de cambios importantes de sus agresores. Muchos mártires, ofrecen su vida por sus verdugos y luego algunos de éstos tienen grandes conversiones. Jesucristo en su oración en la cruz, pide al Padre que los perdone porque no saben lo que hacen.

En circunstancias cotidianas, cuando algún comportamiento de otro nos molesta, muchas veces justificamos nuestra respuesta de mal genio o mal comportamiento, como causado por el comportamiento de los demás, pero Dios nos invita a que nada que venga de fuera de nosotros, defina nuestras actuaciones, sino que siempre lo que salga de nosotros, sea amor. El amor es la fuerza transformadora más potente del universo.

En el mundo espiritual, todo va dirigido a nuestra conversión y la de los demás, aprender a amar como Dios nos ama, de manera profunda, gratuita, genuina, permanente. Eso sólo se logra si permitimos al Espíritu Santo alojarse en nuestros corazones para amar y transformar a través de nosotros a los demás, porque Él todo lo recrea, lo renueva, lo hace renacer.

Así como un árbol de peras, por mucho que hagamos con él, no puede producir manzanas, ni mangos, ni fresas, así nosotros, si Dios reina en nuestros corazones, tendríamos que ofrecer siempre sus frutos de amor, aunque las otras personas en cierta forma no lo merezcan porque no han correspondido a ese amor.

Nos dice Jesús en el evangelio: “Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos”. 

Aprendamos a amar a todos y así nos transformarnos a nosotros mismos y a los demás.

1Sam 26, 2.7-9. 12-13. 22-23; Sal 102; 1Co 15, 45-49; Lc 6, 27-38.

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