Dios en su infinito amor quiere la felicidad absoluta y plena de los seres humanos, fuimos creados a su imagen y semejanza para compartir con Él la gloria infinita. La vida en este mundo es un paso para alcanzarla, aceptando libremente el regalo de Dios.

Sin embargo en este mundo nos encontramos con el dolor, que puede convertirse en herramienta de avance espiritual o de deterioro humano, para eso es importante diferenciar las fuentes del dolor: el que se origina en el pecado propio, el que es causado por situaciones que vivimos, el que es causado por males o injusticias que enfrentamos. 

Para el dolor causado por el pecado propio, Dios propone la conversión, el perdón, la reconciliación, que recibamos su misericordia, que nos dejemos sanar por Él, que acojamos sus mandamientos y los hagamos vida, que nos dejemos guiar por su amor, por su Palabra, por su Iglesia y nos llenemos el corazón de su gracia, fuente de gozo y de curación del pecado. que alimentemos nuestros pensamientos, sentimientos y acciones con todo lo que sea bueno, puro, noble, digno de admiración y estemos pendientes de contribuir con las necesidades insatisfechas a nuestro alrededor. 

La segunda fuente de dolor puede ser la realidad del mundo interior o del que nos rodea, podemos vivir situaciones precarias en aspectos físicos, materiales, emocionales, mentales o espirituales. Lo primero que tenemos que trabajar es en encontrar su raíz, su origen, para hacer todos los esfuerzos por trabajar en su solución, ajustando nuestra mente, corazón, voluntad, transformar hábitos enfocando nuestro trabajo en propiciar mejores condiciones para nosotros y quienes nos rodean en todos estos aspectos, contribuyendo a generar lo más positivo que podamos en la vida propia y en la de los demás. Esto le da sentido a la vida y convierte el dolor en fuente de crecimiento y de superación permanente. 

El dolor causado por males, enfermedades e injusticias, Dios nos invita a unirlo a su cruz y volverlo fuente de redención, de crecimiento espiritual, de bendiciones para nosotros y para los demás. Es un dolor que necesitamos asumir con valentía, con coraje, con persistencia en el bien, no permitiendo que ese mal o injusticia amargue el corazón, sino que ofrecido a Dios con amor, sea fuente de crecimiento y desarrollo espiritual. 

En las lecturas de hoy*, Dios nos muestra como su gracia es fuente de multiplicación de bienes para todos. Cuando Dios está en medio de nuestras realidades y ofrecemos lo que tenemos, fluye lo bueno, se comparte, se reparte y sobra. Jesús nos pide que no sólo lo busquemos por el pan que se acaba, sino por los bienes que perduran para la vida eterna.

Que todo sea fuente de bendiciones, lo que vivamos, alegrías y  dolores, sean medios de gracia y crecimiento, porque las vivimos en la unidad, el bien y el amor de Dios y con los demás 

*2 Re 4, 42-44; Sal 144; Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15

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