El mes de junio honramos, de manera especial, al cuerpo y a la sangre de Cristo, a su Sagrado Corazón y al de María.

 El corazón es considerado en la Biblia como el centro de las decisiones del ser humano, la fuente de la vida,  de la fortaleza, del amor. Cuando Jesús se entregó por nosotros en la cruz y se quedó con nosotros en la Eucaristía, el corazón de Dios se ofreció a nosotros, como fuente de la gracia Divina y con el Espíritu Santo nos acompaña en nuestro camino por este mundo. 

Él, sabiendo que el bien es la verdadera fuente de la felicidad, quiso hacernos partícipes de ese gozo, purificando nuestro pecado con su sangre y llenándonos con su gracia a través de su Sagrado Corazón donado a nosotros. 

En las lecturas de hoy* dice San Pablo: “La sangre de Cristo purificará nuestra conciencia de todo pecado, a fin de que demos culto al Dios vivo, ya que a impulsos del Espíritu Santo, se ofreció a sí mismo como sacrificio inmaculado a Dios, y así podrá purificar nuestra conciencia…Cristo es el mediador de una alianza nueva. Con su muerte hizo que fueran perdonados los delitos cometidos durante la antigua alianza, para que los llamados por Dios pudieran recibir la herencia eterna que Él les había prometido”. 

“Mi corazón se conmueve dentro de mí y se inflama toda mi compasión”, dijo el Señor a través del profeta Oseas. Todas las virtudes fueron vividas por Jesús en un grado perfecto, sintetizándolas todas en el amor. Él vivió en la humildad y el desapego: vino a servir, no a ser servido; vivió en obediencia a Dios Padre, estuvo siempre colmado por el Espíritu Santo; vivió la pureza, nos enseñó que ella embellece al alma: vivió la paciencia, nos enseña que con ella se refina el carácter; vivió sirviendo y haciendo el bien, hasta donarse totalmente por nuestra felicidad y salvación.  

San Juan Pablo II esbozaba “la síntesis de todos los misterios ocultos en el Corazón del Hijo de Dios: amor solícito, amor satisfactorio, amor vivificante”. Afirmaba también que la civilización del amor no se podrá establecer sino con la base de un reconocimiento del amor creador, redentor y remunerador de Cristo, Alpha y Omega.

“He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor”, le dijo Jesús a Santa Margarita de Alacoque en junio de 1675.

María, quien todo lo meditaba y guardaba en su corazón, nos enseñe a acercarnos al Sagrado Corazón de su hijo, para que nos ayude a transformar el nuestro, con el poder de la gracia. “Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío”. 

*Ex 24, 3-8; Sal 115; Hb 9, 11-15; Mc 14, 12-16. 22-26; Oseas 11, 1. 3-4. 8-9; Jn19, 31-37

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