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Muerte y vida

En este inicio del mes de noviembre las lecturas bíblicas* nos recuerdan que para los creyentes la esperanza de vida prevalece sobre la realidad de la muerte. Vida que va más allá del latido del corazón y se manifiesta en plenitud, en gozo, en participar de los bienes que Dios nos ofrece desde este mundo y en esplendor, en la vida eterna. “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia”. ..“Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.

La vida entendida desde el punto de vista espiritual es ausencia de pecado y el espíritu lleno de la gracia de Dios. Así, las personas pueden haber dejado de compartir con nosotros su existencia terrena pero estar llenas de vida plena, porque vivieron permitiendo que la sangre de Jesús les lavara y purificara el alma, y se alimentaron a través de la Palabra, de la Eucaristía, de la Reconciliación y demás Sacramentos: “Todo el que tenga puesta en Dios esta esperanza, se purifica a sí mismo para ser tan puro como él”. 

Por el contrario, podemos estar aparentemente vivos y estar con el corazón muerto por el pecado y la ausencia de gracia. Mientras vivamos tenemos la esperanza de dejarnos encontrar con Jesús y reconciliarnos con Él, y así participemos de su vida plena. Lograr eso, es la razón de nuestra existencia. Dios como buen Padre siempre nos invita a participar de sus dones.

Cuánto necesitamos volver a encontrar el sentido de nuestra existencia en el bien, el amor, la integridad, la armonía, la solidaridad en este mundo tan convulsionado por tantos antivalores que hemos permitido que se instauren en nuestra sociedad, por el afán de sacar a Dios de nuestras realidades personales, familiares y sociales, lo que va deteriorando nuestra calidad de vida y nuestra capacidad de sembrar vida y no muerte.

Dios nos invita permanentemente a ser dichosos, a vivir una vida bienaventurada y nos dice que la clave está en la humildad, en la confianza en Él, en tener hambre y sed de justicia, en ser misericordiosos, limpios de corazón, trabajando por la paz y sin temor a ser perseguidos por actuar conforme a la justicia, porque si así lo hacemos, participamos del Reino de Dios. 

Que acojamos esa invitación de Dios a vivir con humildad, abiertos a su ternura y a todas sus bendiciones,  para que seamos capaces de vivir plenamente en el amor, en el servicio mutuo y no vivamos solo de apariencias, sino una vida como la que Dios regala, que trasciende las fronteras de la muerte y siempre llena de esperanza, dándonos motivos para luchar y seguir adelante en la construcción de un mundo mejor, aún en medio de las dificultades y los problemas. 

*Jn 10,10; Jn11, 25-26; 1  Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12; Sal 130 ; 1 Tes 2, 7-9. 13; Mt 23, 1-12

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