Las lecturas de hoy* nos ponen frente a la gran pregunta: ¿quién es Jesús para ti?, de la respuesta dependerá mucho nuestra relación con Él. Muchos lo admiran como ser humano, que dio gran testimonio de vida y dejó muchas enseñanzas, pero no descubren a Dios manifiesto en Él. Si aceptamos a Dios en Él y nos abrimos a su poder y a su amor, nuestra vida se transforma.
Pedro le dijo ante esta pregunta: “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo…a lo que Jesús contestó: “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Dios quiso acercarse lo máximo a nosotros y se igualó con la humanidad en todo, menos en el pecado, para tomar nuestro pecado y transformarlo en vida de gracia.
Cuánto bien le haría a la humanidad que aceptemos esta maravillosa verdad y en vez de la tendencia actual de marginar a Dios de las realidades de nuestra vida y del mundo, lo pongamos en el centro de todas nuestras realidades personales, familiares, políticas, económicas y sociales y ponderemos nuestras decisiones preguntándonos: ¿qué haría Jesús en nuestro lugar?
Las lecturas también nos recuerdan la importancia de Pedro y de sus sucesores, para la vida de la Iglesia y de la humanidad, porque Cristo quiso dejar en su Iglesia la potestad del perdón de los pecados que es la fuente de la gracia y de la transformación humana.
Tendremos el valioso privilegio de ser visitados por Pedro, el papa Francisco, para que nos confirme nuestra fe en Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, camino de nuestra redención, del perdón de nuestros pecados personales y sociales. Si aprovechamos bien su visita, podremos ser transformados interiormente y como sociedad, viviendo más unidos a Cristo y a su evangelio, como medios para conquistar la felicidad terrenal y aspirar a la eterna.
Hoy nos recuerda también San Pablo: “¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios!”. No nos conformemos con nuestros propios pensamientos y criterios, abrámonos a escuchar a Dios en su Palabra, a tener una relación más directa en la oración y a compartir más la vida de comunidad en la Iglesia, para que esa sabiduría y ciencia de Dios pueda impregnar a nuestra vida.
Nos recuerda el Salmo que el amor de Dios perdura eternamente y que somos obras de sus manos, que lo que más desea es que vivamos como verdaderos hijos suyos, dejándonos amar por Él y correspondiéndole con humildad y gratitud en el corazón.
*Is 22, 19-23; Sal 137; Rom 11, 33-36; Mt 16, 13-20