Las lecturas de hoy*, nos invitan a meditar sobre las prioridades para lograr la vida eterna y nos insisten en la importancia de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a nosotros mismos.
¿Cómo demostramos amor a Dios? Lo primero, relacionándonos con Él, conversando, interesándonos en lo que tiene que decirnos, contándole nuestras cosas. Eso es orar. Decía Santa Teresa, orar es conversar con quien sabemos que nos ama.
El amor también se expresa, al recibir con corazón abierto y con gratitud los regalos que nos hace y ofrecerle lo mejor de nosotros mismos. Dios nos ofrece además de su amor incondicional, sus mandamientos que alegran el corazón y dan paz y son una guía clara, justa, que promueve el bien, la integridad, la honestidad. ¿Qué nos pide? Que le creamos y seamos obedientes por nuestro propio bien, nuestra libertad interior, para cultivar relaciones armónicas y solidarias con los demás y ser merecedores de la vida eterna.
Le preguntaron a Jesús: ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”» … “Haz eso y vivirás”.
Cuando nos enseñaron las reglas de la multiplicación nos dijeron que: “el orden de los factores no alteraba el producto”. Esta regla es aplicable a la multiplicación, pero no a la vida. En nuestra existencia, el orden de los factores es trascendental y decisivo. Si ponemos a Dios como prioridad, todo se organiza para bien. Si ponemos a Dios como secundario, o no lo incluimos, la vida se desorganiza toda, se desenfoca y podemos esclavizarnos por cosas que nos aparten del bien, la bondad, la verdad, la justicia, el amor.
Dios nos regala la vida en plenitud. No nos conformemos con menos.
Jesús, en el evangelio, nos explica también quién actúa como prójimo. Y muestra cómo a alguien que es atracado algunos le pasan por el lado y son indiferentes ante su situación, en cambio un samaritano, que en esa época se consideraba que era de un pueblo pagano, se compadece, ayuda, cura, lleva a una posada, paga su cuenta. El buen samaritano por excelencia es el propio Jesús, quien no es indiferente ante nuestras necesidades y quien nos cura con el bálsamo de sus sacramentos y pagó la cuenta de nuestros pecados con su propia sangre. Él nos dice: “Anda, haz tu lo mismo”.
La lógica del amor es la que puede sacar al mundo de sus dificultades. Ojalá nos decidamos a amar a Dios y dejarnos amar por Él, para que su amor se manifieste en nuestras realidades y en las relaciones con los demás.
*Dt 30,10-14; Sal 68; Col 1,15-20; Lc 10, 25-37