«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre”.

Hoy celebramos el Corpus Christi, Jesucristo nos alimenta con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad presentes realmente en la Sagrada Eucaristía como alimento de vida eterna.

Es un misterio que muestra la grandeza, el amor, la humildad, el deseo de conquistar nuestras almas. Jesús se hace vida en nosotros en este maravilloso sacramento en el que se adentra en nuestro corazón para darnos a beber de su divinidad y llevarnos con Él a la gloria del cielo. 

La Iglesia es el cuerpo de Cristo, en la que Él es su cabeza, por eso a pesar de tantos pecados, Jesús, por obra del Espíritu Santo continúa su tarea evangelizadora y santificadora a través de su presencia viva en ella.

En la medida que construyamos una sociedad en la que velemos por el desarrollo de todos estamos siendo más coherentes con ese único cuerpo que nos une a todos en Él. 

La falta de pan para millones de personas en el mundo nos interpela porque muestra que no hemos hecho presente a Jesús en sus vidas, no les hemos permitido alimentarse de su Palabra, de sus sacramentos y del pan diario compartido con generosidad y amor. 

Dios nos anima, nos llena de entusiasmo, nos nutre, nos da fuerzas para continuar con alegría sembrando su paz, su amor, su verdad, para construir mejores realidades interiores y en nuestro entorno, con su pan de vida y nos invita a unirnos a esa donación y participar con Él, siendo pan compartido hacia los demás, que nuestra vida se ofrezca al servicio de todos. 

Celebramos el viernes la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, reflexionando sobre cuánto nos ama Dios. Decía el papa San Juan Pablo II que en el corazón de Jesús puede el ser humano encontrar toda su confianza, en Él ve todos los valores, el orden y la belleza del mundo. Benedicto VI afirma que el costado traspasado del Redentor es la fuente a la que podemos acudir para alcanzar el conocimiento verdadero de Jesucristo y del amor de Dios; brota de ese corazón la voluntad inagotable de salvación que se irradia con misericordia al ser humano. 

Somos un país que de tradición hemos amado y hemos estado consagrados al corazón de Jesús. Que ese amor ardiente nos conduzca a transformar las realidades conforme a ese deseo de justicia, paz y amor que nos vino a instaurar en nuestros corazones, ciudades y nación. 

El sábado celebramos el Inmaculado Corazón de María. Ella, quien dio su sangre humana a Jesús,  participó de su vida, cuidado, dolor y comparte su maternidad con nosotros, para que con la ayuda de su dulce corazón podamos vencer al enemigo y entregarnos con dedicación al Sagrado Corazón de su Jesús depositando en Él toda nuestra confianza. 

 Dt 8,2-3.14b-16a; Sal 147; 1 Cor10,16-17; Juan 6,51-58

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